Mi madre me ayudaba a preparar la ropa para el partido. El pantalón y la camiseta perfectamente doblados en el asiento de la silla, el chándal sobre el respaldo y las zapatillas alineadas con las medias sobresaliendo de ellas. Ese día me acostaba pronto pensando tontamente que así llegaría antes la mañana del sábado. Me quedaba dormido jugando a adivinar en la oscuridad el número 8 de la camiseta que me hacia soñar con botes, pases y canastas. Siempre abría un ojo antes de la hora, y me abalanzaba sobre el despertador temiendo haberme quedado dormido.
Procedía al ritual “torero” de embutirme en mi traje de baloncesto y acudía sonriente (y puntual) a la cita con mis compañeros. A veces perdíamos y otras ganábamos, pero de eso yo ya no me acuerdo. En cambio, sí recuerdo la ilusión con la que calentaba, animaba a mis compañeros, saltaba al campo y me esforzaba por mejorar. Tuve entrenadores más bien malos; era bajito y nunca llegué a ser una estrella pero me divertía, hice muchos amigos que hoy todavía conservo y sobre todo nunca perdí la ilusión por todo lo que rodea a este maravilloso juego.
Han transcurrido unos cuantos años y aún, hoy, hay noches en las que me despierto sobresaltado descubriendo que en sueños estoy VIVIENDO un partido. Me sigue gustando jugar y cada semana lo hago en un equipillo de “viejas glorias”. Comencé a entrenar sin saber muy bien por qué. Veinte años después, he llegado a la conclusión de que sigo siendo “Coach” para compartir con los demás todo lo bueno que ha pasado en mi vida por culpa del deporte.
Trato de contagiar ilusión, mantenerla en los más pequeños, avivarla en aquellos que van perdiendo la chispa e inyectársela a los que desafortunadamente nunca la han tenido. Hay cosas más importantes que aprender a entrar a canasta, botar el balón o dar unos pases perfectos. Constancia en el trabajo, esfuerzo, higiene, aceptarse a sí mismo, respetar a los demás, puntualidad y sobre todo... poner mucha ilusión en todo lo que se hace.
En este proceso de formación como personas, el entorno familiar juega un papel fundamental. Hablad con vuestros hijos, hermanos o maridos, animándoles aunque no jueguen bien; ayudadles a compatibilizar el deporte y los estudios o el trabajo; acompañadles siempre que podáis a entrenamientos y partidos, y no olvidéis comportaros con educación y respeto en todos los órdenes de la vida.
Recordad que el deporte, bien enfocado, es la mejor medicina para el cuerpo y el alma. Os dejo, hoy es Viernes y tengo algo que hacer antes de irme a la cama. ¡Buenas noches!
Miguel Ángel Font
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